LLERENA

Llerena, lugar nobilísimo, cabeza de la provincia de León en Extremadura, situada en las raíces de Sierra Morena, feliz de sitio, fértil de suelo, sano de cielo, soberbia de casas, agradable de calles, abundante de hermosas, llena de caballeros y letrados y de tan raros ingenios, que apenas necio podrá hallarse uno.” Luis Zapata de Chaves “Libro de Cetrería”. Siglo XVI.

Tras una mañana intensa entre los frescos celestiales de la CAPILLA SIXTINA DE EXTREMADURA (enlace a nuestra publicación) y las piedras romanas del Yacimiento de Regina Turdulorum que aún susurran aplausos de teatro, el cuerpo pedía pausa… 


Y Así, con el sol ya más bajo y la calma que solo regalan ciudades con siglos a sus espaldas, pusimos rumbo a Llerena, una localidad que no se visita: se saborea despacio.

Llerena nos concedió esa pausa en forma de mesa, viandas y conversación tranquila, mientras repasábamos las hermosas sorpresas que el día nos había regalado hasta ese momento.

Repuestas las fuerzas, comenzamos a caminar sin prisa, dejando que la ciudad se nos revelara poco a poco, como hacen los lugares seguros de su belleza. Así fue como nos detuvimos ante este hermoso edificio, donde un devoto terrateniente extremeño construyó un pequeño mirador para observar a su patrona. Lo hizo en una gran casa señorial del siglo XIX convertida hoy en uno de los hoteles con más encanto de esta localidad.

A pocos pasos nos topamos con el edificio de la Oficina de Turismo, un lugar que, aunque discreto en su arquitectura, se erige como la puerta de entrada al corazón histórico de Llerena. Su fachada se integra armoniosamente con el entramado urbano tradicional, evocando la esencia de la ciudad declarada Conjunto Histórico-Artístico.

El corazón de Llerena late en su Plaza Mayor o PLAZA DE ESPAÑA, una de las más armónicas y elegantes de Extremadura. Porticada, amplia y serena, es de esas plazas que cuentan historias en cada una de las elegantes fachadas que la rodean, testigos de un tiempo en el que aquí se concentraron importantísimas instituciones como el Cabildo, los Maestres de importantes órdenes religiosas, el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición o la gobernación. Pero también fue un foco de atracción para numerosos artistas que, entre los siglos XV y XVII, encontraron en esta ciudad un entorno propicio para la creación, lo que le valió el sobrenombre de “LA PEQUEÑA ATENAS DE EXTREMADURA”.


Espectacular maqueta en el Museo Histórico de la Ciudad, que representa con detalle la ceremonia del Auto de Fe celebrado el 14 de junio de 1579 (Domingo de la Santísima Trinidad), uno de los más resonantes en la historia inquisitorial de Llerena, por la cantidad de acusados (51), incluidos 19 considerados “alumbrados” o iluminados.

Presidiéndola se alza la IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA GRANADA (enlace a nuestra publicación), majestuosa y sobria, mezcla de mudéjar, gótico, renacimiento, barroco y rococó, con una torre que vigila el pueblo como un faro de piedra y referencia constante en el perfil urbano.

En su interior, el silencio pesa… pero reconforta, como si invitara a bajar la voz y afinar los sentidos. Entre estos muros se guardan auténticas obras de arte y la memoria de otros templos ya desaparecidos: ricos retablos que un día iluminaron las iglesias de los conventos levantados por las distintas órdenes religiosas de la ciudad y que, tras la desamortización del siglo XIX, encontraron aquí abrigo, descanso y una segunda vida.


En otro lateral de la plaza se yergue imponente el AYUNTAMIENTO, vigilando con su reloj el ritmo pausado de la vida cotidiana desde antaño. Junto a él se abre el Portal de Morales, formado por nueve arcos, que completa el elegante conjunto porticado de la plaza.

En alguna de las casas que están en esta zona vivió el pintor Francisco de Zurbarán y su esposa, inmersos en un ambiente marcado por la presencia de importantes órdenes religiosas y por el peso de la Inquisición, circunstancias que influyeron decisivamente en su obra posterior.

Giramos entonces la vista para contemplar el hermoso arco bajo el camarín de la Virgen de la Granada, una construcción del siglo XVIII anexa a la cabecera del templo.


En el lado norte, frente a la iglesia, contemplamos el PORTAL DE LA CASINETA que ha tenido a lo largo de la historia los apelativos de portal de las Tiendasde la Boticasdel Pan o de la Cárcel. Se trata de doce arcos de ladrillo encalado, columnas de cantería y dos plantas con balcones y ventanas y remate corrido abalaustrado.

La plaza, antaño coso taurino, escenario de mercados, ferias y celebraciones, sigue siendo hoy el corazón de la villa, un lugar donde locales y visitantes se mezclan sin prisa, disfrutando del bullicio suave de cafés, terrazas y conversaciones. Al caer la tarde, la luz cálida acaricia sus muros y arcos, revelando la armonía de su arquitectura y la serenidad que solo los lugares que han sido testigos de siglos de vida pueden transmitir.

A pocos pasos de la animada Plaza de España y escondido entre callejuelas estrechas, se levanta un edificio con siglos de secretos. Es el antiguo Palacio Episcopal o Casa Prioral, cuya construcción data de finales del siglo XV. Hoy, transformado con mimo, se ha convertido en el sorprendente MUSEO HISTÓRICO DE LA CIUDAD   (enlace a nuestra publicación), donde se mezclan restos arqueológicos, documentos, arte, artesanía y arquitectura con una pizca de intriga histórica.

Cruzar sus puertas es asomarse a la memoria de Llerena y comprender por qué esta ciudad fue, durante siglos, uno de los grandes centros de poder de la Baja Extremadura.



Continuamos nuestro paseo hacia la Plaza de la Fuente, llamada así por la FUENTE PELLEJERA, considerada el lugar alrededor del cual se originó Llerena. Tanto es así que la fuente aparece en el escudo de la ciudad, como símbolo de sus raíces. Algunos historiadores consideran que la plaza pudo formar parte de la antigua judería, por su proximidad con la ermita de Santa Catalina, que fue en su origen sinagoga de la ciudad, añadiendo un matiz aún más intrigante y histórico a este rincón de Llerena.

Tras su restauración, la fuente luce hoy su estructura escalonada, que desciende suavemente hasta el suelo. En el centro, un pilar hexagonal sostiene un conjunto de caños que vierten sus aguas de manera armoniosa, rematado en su parte superior por una forma piramidal, que en origen se coronaba con una cruz de forja. Este rincón combina historia y tranquilidad, invitando a detenerse y escuchar el suave murmullo del agua que ha acompañado la vida de Llerena durante siglos.

El entorno invita a mirar despacio, deteniéndonos a contemplar las fachadas de algunas casas que recorren la historia de Llerena: desde el gótico mudéjar del siglo XV, pasando por el renacentista del XVI, hasta el barroco de los siglos XVII y XVIII. Una nos sorprende con un ajimez de doble arco de medio punto peraltado, enmarcado por alfiz y con parteluz formado por una esbelta columnilla rematada con capitel de castañuelas. Otra conserva, en su primera planta, una ventana con arco conopial, típica del siglo XV.


Y, junto a estas venerables testigos del pasado, aparecen otras fachadas muy distintas que también reclaman atención, no por su antigüedad, sino por su vida interior: en este entorno conviven sin problema la sede de la peña barcelonista y la Casa del Pueblo, demostrando que en Llerena la historia, el fútbol y la política saben compartir espacios… y mirarse a los ojos con bastante deportividad.



Continuamos nuestro paseo, dejándonos llevar por las estrechas y recogidas calles de los gremios, donde cada tramo de la ciudad estaba ligado a un trabajo concreto y a una forma de vida. En ellas se concentraban los artesanos (curtidores, pellejeros, zapateros, herreros, tejedores, armeros), organizados por oficios y unidos por una vida compartida entre talleres, patios y corrillos. No cuesta imaginar el sonido de los martillos, el olor de las pieles recién curtidas o el trasiego constante de vecinos y aprendices, y aunque los martillos, los telares y los talleres hace tiempo que enmudecieron, sus nombres y su atmósfera siguen recordando que Llerena no solo fue poder y monumento, sino también ciudad de gremios, de oficios y de gente común que sostuvo su prosperidad día a día.




La ciudad cambia de tono casi sin avisar. Caminamos ahora entre fachadas encaladas que devuelven la luz y escudos de piedra que aún susurran el esplendor de una Llerena que fue mucho más que un lugar de paso. Durante siglos, el poder religioso, civil y cultural compartieron estas calles, puerta con puerta, tejiendo en silencio una historia de decisiones, creencias y saberes que dejó una huella profunda y hermosa, grabada para siempre en la piel de la ciudad.


Y así llegamos al COMPLEJO CULTURAL DE LA MERCED, un lugar donde pasado y presente conversan sin prisa. Dos joyas arquitectónicas, con orígenes, usos y épocas distintas, se encuentran aquí para ofrecernos un viaje por la historia de Llerena.

El Convento e Iglesia de la Merced, espléndido ejemplo del barroco del siglo XVIII, nos transporta a los tiempos en que los jesuitas dejaron su huella en la ciudad al instalar su centro de enseñanza. Inspirada en la iglesia del Gesù de Roma, su arquitectura deslumbra: una nave de cruz latina, una bóveda de medio cañón con lunetos y una cúpula que inunda de luz el crucero, traducida al exterior en un imponente cimborrio. 

Las capillas laterales y las portadas, adornadas con los escudos de Felipe V y de la Orden Mercedaria —quienes asumieron el edificio tras la expulsión de los jesuitas—, rinden homenaje a su rica historia.

Frente a este barroco vibrante, la Casa Palacio de Recaudación de Impuestos de la Mesa Maestral, del siglo XVI, ofrece un elegante contraste mudéjar. Su patio porticado y su fachada de tapial y mampostería narran, con calma y sobriedad, historias de la Orden de Santiago y de la vida cotidiana de otra época.

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Como vemos, Llerena se descubre mirando hacia el interior o alzando la vista… pues cada rincón regala un detalle distinto, delicado y hermoso, como si la ciudad se empeñara en sorprendernos en cada gesto de piedra, luz y sombra.


Nos detenemos ante la IGLESIA DE SANTIAGO, joya del gótico tardío hispano-flamenco fundada por Don Alonso de Cárdenas, último maestre de la Orden de Santiago, para su propio enterramiento. 


La iglesia conserva tres portadas, siendo la principal un despliegue de escudos y símbolos de los fundadores en mármol. El de Don Alonso, con yelmo y dos lobos y con una media luna el de doña Leonor.

La construcción comenzó por el ábside, reforzado por cinco sólidos contrafuertes de sillería rematados en gárgolas zoomorfas y bellos pináculos florenzados; es aquí donde campea un hermoso blasón de los fundadores, en mármol blanco, y bajo este escudo se puede leer una estela.

Estos parecen anunciar la riqueza artística que guarda en su interior. En el altar mayor, las efigies de Don Alonso y Doña Leonor de Luna, protegidas por una verja, muestran la elegancia de la escultura gótica internacional: él abrazado a la espada y cubierto con la capa de la Orden, ella orante, con rosario y libro de horas a sus pies. Destaca también el retablo barroco del siglo XVI, de dos cuerpos y cinco calles, que sustituyó al original gótico, conservando aún la talla de Santiago Peregrino, testigo silencioso de siglos de devoción y arte en este templo.

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Desde aquí se abre el camino hacia SANTIAGO DE COMPOSTELA (enlace a nuestra publicación). Esta localidad también se convierte en inicio y cierre de una de las etapas del CAMINO DE SANTIAGO DE LA FRONTERA, la ruta que serpentea entre Andalucía y Extremadura, y donde Llerena es punto clave en el recorrido, enlazando la histórica ciudad extremeña con la Vía de la Plata, recordándonos que cada calle y cada plaza forman parte de un viaje que une historia, paisaje y devoción.

Siguiendo nuestro paseo por la hermosa calle Santiago, llegamos al antiguo HOSPITAL Y LA IGLESIA DE SAN JUAN DE DIOS, dos importantes edificios hoy integrado en la vida urbana. La fachada del Hospital guarda silencio, pero dentro late la memoria de los que fueron curados, cuidados, consolados por esta orden hospitalaria con origen en la ciudad de Granada y profundamente ligada a la atención a los más necesitados. Hoy, ese mismo edificio sigue cumpliendo una función social, acogiendo los Pisos Tutelados de la ciudad, prolongando así su vocación de amparo y servicio.



Junto al hospital, se construye a mediados del siglo XVIII la iglesia, cuya fachada de estilo barroco dieciochesco se eleva con una serenidad inesperada. Hoy es la Biblioteca Pública “Arturo Gazul”, y eso la hace aún más hermosa: donde hubo rezos, ahora hay palabras; donde hubo fe, ahora hay pensamiento. Si puedes, detente un instante a contemplar esta biblioteca catalogada como una de las más singulares de España, con sus estanterías realizadas en madera, ubicadas simulando antiguos retablos.

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Cae la tarde y el sol ya no logra colarse entre las estrechas calles encaladas, pero Llerena no se apaga. Al contrario: en esta hora suave, cuando la luz se vuelve memoria, la ciudad sigue mostrando con orgullo su pasado religioso, como si cada esquina guardara aún una oración suspendida en el aire.

Nos topamos ahora con el CONVENTO DE SANTA CLARA, fundado a principios del s. XVI por Doña Isabel Delgado, viuda de D. Rodrigo Porrado, comendador de la Orden de Santiago. Es el único que permanece vivo de los ocho conventos que llegó a tener la ciudad, y desde su origen ha estado habitado sin interrupción por religiosas de la Orden de San Francisco y Santa Clara, fieles a una forma de vida marcada por la humildad y el recogimiento. El convento conserva un interesante claustro, donde la luz entra con cuidado, y un templo que atesora valiosas obras de arte mueble, silenciosos testigos de generaciones de fe.

Tras esos muros se desarrolló durante siglos una vida apartada del ruido del mundo, marcada por la oración, el trabajo cotidiano y una espiritualidad constante, tan discreta como profunda. Hoy, esa vida de recogimiento también se expresa de otra manera. Las monjas franciscanas han alcanzado merecida fama por su repostería, un trabajo humilde que ha traspasado los muros del convento, destacando los denominados “corazones de monjas” el dulce típico de este convento de Santa Clara de Llerena.

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El paseo continúa y, casi sin advertirlo, la ciudad cambia de voz. Del recogimiento conventual pasamos a la afirmación solemne de la piedra, a un edificio que no se esconde ni susurra: el PALACIO DE LOS ZAPATA. Las crónicas de su tiempo llegaron a decir que fue la mejor casa que tuvo caballero en España, y aún hoy parece sostener esa frase con dignidad.


Construido en los inicios del siglo XVI por el que fuera consejero de los Reyes Católicos, Luis Zapata, es, sin duda, uno de los edificios civiles más emblemáticos de Llerena. Nació como residencia noble, pero su destino pronto se tornó más grave. En 1570, el edificio pasó a ser sede del Tribunal de la Inquisición, convirtiéndose en la tercera y última morada del Santo Oficio en la ciudad. Desde aquí se administró justicia sobre un vasto territorio: 527 villas y lugares, incluidos los obispados de Plasencia, Coria, Badajoz y Ciudad Rodrigo, así como los Prioratos de Santiago y Alcántara.

La entrada al actual Palacio de Justicia se realiza por la llamada Portada del Jardín, una elegante obra renacentista de mediados del siglo XVI. Se organiza como un corredor armonioso, con dos series de arquerías formadas por cinco arcos de medio punto, donde la piedra se ordena con serenidad clásica. A un lado, casi como un gesto de distinción, destaca la ventana esquinada de cantería, singular y refinada, que atrapa la mirada.

La antigua fachada principal, conocida como la Portada de la Inquisición, permanece hoy cegada, como si el edificio hubiera decidido cerrar ese capítulo de su historia. Es una interesante muestra del Plateresco, aunque su parte superior se conserva incompleta. En el centro, aún se reconoce el escudo real, flanqueado por los característicos salvajes en altorrelieve, de perfil y en pie sobre repisas, figuras simbólicas que vigilan el pasado desde la piedra.


A unos pasos de esta, contemplamos los restos de una de las cuatro puertas que cerraban el casco urbano en época medieval, la conocida como PUERTA DE LA REINA que, aunque ya no exista, sigue abriéndose cada vez que alguien decide recordarla.

Y mientras cae la noche, el paseo nos conduce hacia uno de los mayores fragmentos del LIENZO AMURALLADO que han llegado hasta nuestros días. La piedra, ahora oscurecida por la sombra, parece ganar gravedad, como si el paso del tiempo se hiciera más visible al apagarse la luz.

En época medieval, todo el casco urbano de Llerena estuvo rodeado por una sólida cerca amurallada, que se mantuvo prácticamente intacta hasta mediados del siglo XIX. Fue testimonio de la relevancia que alcanzó la ciudad en su entorno, de su papel estratégico y de la necesidad de proteger lo que en su interior se guardaba. 

Además de las cuatro puertas principales (Reina, Villagarcía, Valencia y Montemolín) existieron numerosas puertas menores o portillos, abiertos para facilitar el acceso en tramos intermedios del recinto. Aquí se conserva uno de los más elocuentes: el Portillo del Sol, pequeño en tamaño, pero grande en significado, por donde la ciudad se abría discretamente al exterior.

Frente al lienzo amurallado se extiende hoy un espacio ajardinado, el PARQUE CIEZA DE LEÓN, llamado así en honor a Pedro Cieza de León, uno de los llerenenses más ilustres, conocido como el Príncipe de los cronistas de Indias. En este lugar, la memoria toma forma de escultura: el cronista aparece recostado sobre un lecho de rocas, escribiendo, como si el mundo se detuviera a su alrededor.

Se ha hecho ya noche cerrada, como la que evocaba el propio Pedro Cieza de León en sus escritos, “cuando otros descansaban, cansábame yo escribiendo”. Y entre murallas, escritos e historias, nuestro paseo en Llerena se cierra de la única forma posible: traspasando un umbral.

Esta Puerta de Montemolín es la más solemne de todas, la de mayor empaque, la única que ha llegado hasta nosotros íntegra. Aquí, el tiempo no ha logrado borrar su huella. Sobre el arco se alza un templete de ladrillo, delicado y sereno, decorado con una pintura al fresco de la Inmaculada Concepción, de estilo renacentista. En él se lee la inscripción «1577», fecha que nos habla de su construcción o de la pequeña capilla que corona la puerta. Presidiendo el conjunto, sobre el arco, aparece el escudo del rey Felipe II, recordándonos que este fue un paso vigilado, noble y simbólico, donde la ciudad se despedía del camino y el camino se adentraba en la ciudad.

Y así, al atravesar la Puerta para dirigirnos a Zafra, nuestro siguiente destino, entendimos que Llerena no fue solo una parada más del viaje. Es uno de esos destinos que, sin saber muy bien cómo, te reconcilian con el placer de viajar sin reloj… y con la certeza de que aún quedan muchos rincones capaces de sorprendernos. 

TODA LA INFORMACIÓN INCLUIDA EN ESTA PUBLICACIÓN, HA SIDO RECOGIDA EN LOS SIGUIENTES ENLACES:

 https://turismo.llerena.org/listado-categoria/visita/

https://labuenavidaenzaragoza.com/la-merced-llerena-barroco/

https://turismo.llerena.org/historia/

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1 comentario:

  1. Precioso y gran reportaje, me alegra que os gustado otra ciudad de mi tierra. Un abrazo y Feliz Navidad.

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